En enero del año pasado, hablamos sobre el concepto del microbioma: todo el conjunto de bacterias simbióticas que poseemos en nuestro cuerpo. O dicho de otro modo, son las famosas “bacterias benéficas” que conviven con nosotros.
En los últimos años se ha vuelto una línea de investigación de interés, en especial en la línea médica, al observar lo interconectado que está la composición bacteriana y nuestras funciones fisiológicas. Con cada investigación nueva, parece que el papel de nuestro microbioma en la salud es más importante de lo que pensaban.
Pequeños pero importantes
Durante siglos, la enfermedad se vio de distintas formas. Podría ser un castigo divino consecuencia de haber enfurecido a un dios; desequilibrios en las sustancias dentro de tu organismo o espíritus malvados en posesión de tu cuerpo. Todos estos tenían en común una idea: no sabían el origen de la enfermedad.
¿Era la pestilencia del aire, o miasma, lo que causaba la peste negra? ¿La bilis o la flema desequilibrada? Difícil de saber. Y no se puede culpar de inventar cosas tan descabelladas a nuestros antepasados. Hicieron lo que pudieron con lo que tenían.
La situación empezó a mejorar con el descubrimiento del microscopio a manos de Anton van Leeuwenhoek. Su curiosidad por observar todo lo que se topaba bajo su nuevo artefacto lo llevó a descubrir a los “animáculos.” Pequeños organismos que se movían en el agua estancada o en la suciedad entre sus dientes. Era el inicio de la bacteriología.
Desde ahí, investigadores como Louis Pasteur y Robert Koch, fueron pioneros para establecer a los microorganismos como seres responsables de muchos procesos (como la fermentación y la putrefacción), así como de las enfermedades. La era de la incertidumbre sobre el origen de las enfermedades había dado un enorme paso. Los causantes de nuestros males ya tenían, al fin, un nombre.
La salud bajo otra luz
Siempre que pensamos en bacterias, solemos pensar en enfermedades. Pero la segunda fase de la investigación microbiana está en desarrollo. No todo es malo y ahora comprendemos que, casi, somos más bacterias que humanos dentro de nuestro cuerpo. El concepto de microbioma y su interacción con nuestra salud comenzó, aproximadamente, en 2001, y desde entonces ha surgido una corriente interesada en integrarla en las investigaciones médicas.
La investigación sobre el microbioma todavía está en fases tempranas. Pero con lo poco que han logrado ver, algunas investigaciones, como la del equipo de Costello en 2012, tienen la esperanza en mejorar los tratamientos médicos.
Primero debemos entender la percepción actual de la medicina. Cuando hablamos de combatir una enfermedad, parece que lo toman en serio. Para las ciencias médicas, el cuerpo humano es un campo de batalla en dónde estamos en guerra con los patógenos. Cada vez incrementamos más nuestros ataques (tratamientos) hasta llegar al punto de considerar arrasar con todo con tal de librarnos de esta enfermedad.
En general, ha funcionado. Pero arrasar con todo también es arrasar con las bacterias simbiontes y sus beneficios. Tal como un campo quemado por el fuego, así nuestro cuerpo queda desprotegido después de tratamientos agresivos, como altas dosis de antibióticos.
Costello propone que, una manera de cambiar esta visión de guerra (y los efectos secundarios qu esta provoca) sería usar la ecología de comunidades. Su propuesta nos invita a pensar diferente sobre nuestro cuerpo. Al final de cuentas, el humano es un conjunto de bacterias y células propias conviviendo constantemente.
La medicina, comenta Costello, tiene más en común con el manejo de ecosistemas: no somos un ente fijo y estático en el ambiente, sino como una entramada de interacciones que mantienen el buen funcionamiento del sistema.
Un ecosistema sano, por ejemplo, es dónde todos sus componentes (todas las especies y los factores abióticos) están interactuando y esas interacciones mantienen los ciclos de nutrientes y energía en equilibrio. Para tener un ecosistema sano, todos sus componentes deben de estar en las mejores condiciones.
Nosotros como humanos, entonces, podemos considerarnos como un ecosistema, con nuestras células, ciclos de nutrientes y comunidades de bacterias simbióticas. Ya no sólo pensaríamos en actuar contra una enfermedad, sino en monitorear los cambios en las poblaciones microbianas dentro de nosotros. Ese monitoreo, al final, nos permitiría ir ajustando nuestras decisiones para mejorar nuestra salud.
Tal vez, en algún futuro, podríamos prevenir una infección estomacal “plantando” más especies nativas en el microbioma. O podríamos minimizar el uso de antibióticos si podemos prevenir que ambiente es favorable para los patógenos y, con eso, evitar llegar a tal estado vulnerable. Tal vez podríamos eliminar patógenos al ponerlos a competir con bacterias que utilicen los mismos nutrientes que ellos. Al final, podemos decir que la salud es un producto de los servicios ecosistémicos de nuestras bacterias simbióntas.
Cabe aclarar que todavía estamos lejos de monitorear el microbioma en tiempo real. Falta mucha información por descubrir y parámetros que definir (por ejemplo, la proporción, funciones y especies de bacterias que podrían considerarse de un microbioma sano,) Y falta mencionar la gran variedad de microbiomas que existirán dentro de las poblaciones humanas. El microbioma humano, no hay que olvidar, es un tema en constante descubrimiento.
Se espera que la medicina del futuro sea ya no sólo actuar sólo cuando hay un “desastre” dentro de nosotros, sino un cuidado personalizado para cada ecosistema que representa una persona. Pero mientras llega ese día, no olviden comer yogurt: es bueno para la flora intestinal.
Referencias
Costello, E. K., Stagaman, K., Dethlefsen, L., Bohannan, B. J. M., & Relman, D. A. (2012). The Application of Ecological Theory Toward an Understanding of the Human Microbiome. Science, 336(6086), 1255-1262. https://doi.org/10.1126/science.1224203
